9º audiencia, dia 9 de agosto 2011.
Historia de persecución, ausencias y muerte
Carmen Leda Barreiro de Muñoz, abuela de Plaza de Mayo y ex detenida desaparecida declaró ayer en el juicio por la megacausa La Cueva. En poco más de dos horas y media narró su historia de persecución, ausencias y muerte
“La historia la estamos construyendo ustedes detrás del estrado, nosotros frente a ustedes y los genocidas de costado. Esto no es el pasado, es el presente”. Así, la abuela de Plaza de Mayo y ex detenida desaparecida Carmen Leda Barreiro, cerró su declaración frente a los jueces del Tribunal Oral Federal 1 que juzga a 16 personas –entre policías y militares- por los crímenes cometidos durante la última dictadura cívico militar en lo que se denominó el circuito represivo Necochea – Mar del Plata.
No es la primera vez que declara frente a un tribunal. Lo hizo el año pasado cuando se juzgó a uno de sus carceleros en el centro clandestino que funcionó en la Base Aérea local. Ayer parecía que si lo era: no quiso parar su relato cuando el presidente del tribunal le ofreció hacer una pausa y apenas tomó unos sorbos de agua durante las dos horas y media que duró el relato.
Parte de la historia de la familia Muñoz Barreiro podría ser una tragedia si no fuera tan real: una hija embarazada desaparecida y una nieta por recuperar; un hijo y una nuera detenidos en distintas cárceles del país durante seis años; ella y su marido detenidos desaparecidos por cuatro meses y un hijo que a los 13 años ya se había hecho la idea de que jamás volvería ver a sus padres.
El principio de todo Barreiro fue hasta mayo de 1975 para rastrear el principio de una historia de persecuciones. El primer allanamiento lo hizo una patota de la CNU comandada por el abogado ya fallecido Eduardo Cincotta. Fue una noche que sus dos hijos más grandes –Silvia y Alberto- no estaban en la casa. Alberto tenía 17 años y estaba en casa de su novia que estaba embarazada. Fabián, -el menor, de 9 años- era el que estaba allí con sus padres y fue el objeto de la agresión de los hombres armados. Lo golpearon a patadas y trompadas para que Leda y su marido le dijeran dónde estaban las supuestas armas. Lo buscaban a Alberto y como no lo encontraron se querían llevar a alguien. Finalmente el jefe del operativo –un hombre rubio, de ojos muy celestes- dijo que no, porque esa noche ya tenían “a la gorda”. Leda supo, tiempo después, que se trataba de “Coca” Maggi, la decana de la facultad de Humanidades, secuestrada y asesinada por la CNU en 1975. Su cadáver apareció meses después en la laguna de Mar chiquita.
La patota se fue con una foto de Alberto y un botín que incluyó hasta los cubiertos. Así empezó la persecución que finalizó en abril de 1978. Cambiaron de domicilio y se separaron. Alberto y su novia se fueron a Mendoza; Silvia dejó la facultad y el matrimonio con el más pequeño vivían de casa en casa. Durante ocho meses, vivieron vigilados y tratando de escapar.
El periplo de “Beto”
El matrimonio y Fabián se fueron a vivir a Bariloche cuando a Alberto padre –empleado de Casinos- lo trasladaron a Buenos Aires. Allí recibieron la noticia de la detención de Alberto, de su mujer y de la pequeña recién nacida. En una plaza de Mendoza, después de buscar sin encontrar, Fabián vio la cara de su hermano y su cuñada en el diario. El título decía “los presos políticos torturados”. Con el diario en la mano Leda se entrevistó con el director de la penitenciaria. El hombre levantó uno de los muchos teléfonos que tenía sobre su escritorio y dijo: “Traigan al recluso Muñoz”. “Beto estaba muy desmejorado había sido torturado y le habían puesto un uniforme gris”, recordó Leda. En esa cárcel también estaban su nuera y su nieta recién nacida, pero no pudo verlas.
En una de las tantas visitas a Mendoza, se enteraron que Alberto había sido trasladado a la Unidad 9 de La Plata y que su nuera estaba en Devoto. Pero nadie sabía nada de la pequeña. Después de unos meses y gracias a la ayuda de los familiares de otras presas pudieron recuperar a la bebé, que fue entregada a la abuela materna.
El matrimonio Muñoz y el pequeño Fabián cambiaron de destino: de Bariloche a Paraná. Las visitas a La Plata para ver a “Beto” eran constantes. Estaba en el “pabellón de la muerte”. Siempre hubo un acuerdo tácito que impuso “Beto” durante las visitas: no hablar de lo que pasaba en la cárcel.
Silvia, la mayor de los tres, había pasado a la clandestinidad junto con su organización y también vivía en La Plata. Compartía una casa con su novio Gastón y con Virginia Piantoni y su pareja. Alberto y Leda tenían que someterse a todas las normas de seguridad cada vez que querían ver a su hija. Nunca supieron donde quedaba la casa.
A pocos meses del golpe de Estado, Beto fue trasladado a distintas cárceles hasta terminar definitivamente en Caseros. Allí también iban Leda y Fabián a visitarlo.
El secuestro de Silvia
La testigo recordó que con la llegada del golpe, la represión se recrudeció. Virginia Piantoni, la compañera de Silvia decidió volver a Mar del Plata y en medio de una paliza que le dio su padre, le confesó que estuvo militando en al Juventud Peronista. Fue llevada por él frente a las autoridades militares para que contara todo lo que sabía. Luego regresó a su casa.
A los tres meses, Virginia fue secuestrada. Sobrevivientes de la comisaría cuarta la vieron en aquel centro clandestino de detención. Apareció muerta al costado de una ruta. Llevaba puesto un vestido de novia.
Silvia y Gastón tuvieron que cambiar de casa por seguridad. Leda, Alberto y Fabián estaban viviendo en Córdoba luego de un nuevo traslado. En diciembre del 76 irían a La Plata para pasar Navidad con Silvia y Gastón que tenían un regalo que hacerles. El plan era pasar Navidad en un restaurante de La Boca. Como siempre había una cita en una plaza de la Plata y de allí partirían a festejar.
A las 8, Silvia no llegó a la cita, entonces Leda sabía que tenía que volver a las 12. Cuando volvieron estaba sólo Gastón. Les dijo que Silvia no había vuelto a dormir y que el regalo que querían darles era decirles que estaban esperando un hijo.
Buscaron a Silvia durante tres días y volvieron a Córdoba. Gastón no quiso irse con ellos porque iba seguir buscando. Silvia fue vista por última vez en el Pozo de Banfield. Allí tuvo a su hijo. Gastón también permanece desaparecido.
Leda y Alberto
Por pedido de Fabián, Alberto pidió un nuevo traslado al Casino de Mar del Plata. Los tres desembarcaron en un departamento de Independencia y Vieytes. El 16 de enero de 1978, a pocos días de llegar, Leda fue sorprendida mientras dormía por cuatro hombres jóvenes que le taparon la cabeza con una funda de almohada y se la llevaron del departamento en absoluto silencio sin que Fabián –que dormía en su cuarto-, se enterara.
Alberto había sido capturado dos horas antes cuando ingresaba al edificio. Leda no lo sabía, pero su marido estaba en La Cueva con ella.
Las sesiones de torturas eran salvajes. Golpes de puños, picana, quemaduras con cigarrillos y “submarino”: le hundían la cabeza en un balde con agua hasta el límite del ahogo. “La mesa que utilizaban para atar a los detenidos y “picanearlos” tenía la marca de un cuerpo en cruz. Nunca pudieron borrárselo”, recordó Leda.
Después de algunos días Leda y Alberto se vieron. A partir de allí se comunicaban con tosidos. Él tosía a la mañana y ella sabía que estaba bien y respondía.
Consultada por la Fiscalía, Leda recordó que había un detenido que le decían “Chiche” y que había perdido la razón. Era un detenido de la Marina. También estaba una chica joven, carolina Yacúe, que conocía por haber sido la novia de un amigo de la familia. Aún permanece desaparecida.
Un día escuchó que uno de los guardias se quejaba porque lo habían mordido y supo que en algún lugar había al menos cinco chicos y uno de ellos era un bebé que Leda y otros cautivos escucharon llorar en más de una oportunidad.
La querella le preguntó por los “vuelos de la muerte” y la testigo dijo que en los cuatro meses que estuvo en La Cueva escuchó tres veces que un avión se acercaba a donde ellos estaban y se subían a detenidos que luego nunca más veían.
Barreiro tuvo que soportar la locura de sus carceleros. Un tal “Pepe” y el oficial Gregorio Molina estuvieron toda una noche diciendo que la iban a matar. Molina disparó su arma contra la mujer, pero no acertó ni un disparo de tan borracho que estaba. Otros guardias eran nombrados con el sobrenombre de “Pepito” y otro era “El Cura”, decían que había sido sacerdote.
Después de cuatro meses, el 18 de abril Leda y Alberto fueron subidos a una camioneta. Los llevaron lejos y los ataron a unos árboles. Cuando los autos se fueron se desataron y caminaron hasta ubicarse. Una patrulla de la comisaría cuarta los levantó y los llevó hasta la seccional. Allí estuvieron algunas horas y los dejaron ir. Leda y Alberto se reencontraron con Fabián. “Beto” recuperó la libertad después de 6 años y ahora vive en España con su mujer y sus hijas. Silvia permanece desaparecida. Leda todavía busca a su nieto nacido en cautiverio.